LUIS DE LA LOMA Y CORRADI

PERIODISTA Y EDITOR

© José Carlos García Rodríguez


Luis de la Loma y Corradi



Dentro de la larga nómina de ilustres paisanos cuyas biografías y trayectorias vitales son prácticamente desconocidas para sus conciudadanos sanluqueños, se encuentra el caso paradigmático de Luis de la Loma y Corradi (1829-1891). Sirva esta semblanza como recuerdo y reconocimiento a la personalidad del insigne escritor y gran periodista que fundara en Valencia el diario La Opinión, antesala de Las Provincias que aún pervive como uno de los periódicos de mayor solera de España.
Nacido en Sanlúcar de Barrameda el 14 de julio de 1829, Luis de la Loma y Corradi era nieto de Juan Corradi, un italiano de la familia de los marqueses de Corradi natural de Piacenza, en el ducado de Parma, que vino a España como guardia de corps de la reina María Luisa y que llegó a dirigir el Diario de Sesiones de las Cortes de Cádiz en 1810. Su tío, Fernando Corradi, fue fundador del por entonces famoso periódico El Clamor Público, uno de los más importantes de España, editado en Madrid entre los años 1844 y 1864. Es en esta publicación donde Luis conocería el mundo del periodismo de la época, revelándose como escritor de auténtica precocidad literaria. Con catorce años recién cumplidos colabora en Los españoles pintados por sí mismos (1), obra en dos volúmenes con preciosos grabados en la que participan los más prestigiosos escritores españoles de la época y que constituyó una galería de personajes clásicos del costumbrismo romántico, a imitación de la obra francesa Les français peints par eux mêmes. Luis de la Loma, alternando con lo más sobresaliente de la literatura y el periodismo españoles del momento, como Mesonero Romanos, Bretón de los Herreros, García Gutiérrez, Gil de Zárate, José Zorrila o Hartzenbusch, escribe en aquella obra el capítulo El aprendiz de literato (2), de visible regusto autobiográfico.


Edición de 1851 de "Los españoles pintados
por sí mismos".
En su trabajo incluído en Los españoles pintados por sí mismos, Luis de la Loma habla del gran número de jóvenes que se desvivían por llegar a ser escritores  de fama. "Estos aspirantes a ganarse la vida con la escritura -comenta de la Loma en su artículo- son, siguiendo la tradición del siglo XVIII, grandes ignorantes -como los memorialistas, que en su mayoría no sabían escribir- y basan gran parte de su ser literato en mantener un aspecto y actitud reconocibles por los demás. Así, se visten con abandono, se dejan crecer el pelo, parecen abstraídos y son sucios". El trabajo de Luis de la Loma es interesante, en gran medida porque mantiene viva cierta imaginería del hombre de letras pero, sobre todo, por el valor de la viñeta ilustrativa final en la que se ve a un joven firmando un documento por el que vende su alma al diablo a cambio de alcanzar el éxito literario. Tras describir el retrato del aprendiz a literato, concluye en su escrito Luis de la Loma:

"Alguno habrá que al leer la firma de este insulso y mal pergeñado artículo, y conociéndome, dirá no sin algún fundamento, que yo también soy aprendiz de literato; pero debo advertirle, después de darle la razón, que hay dos clases de aprendices: la una es la que acabo de bosquejar, y la otra, a la cual pertenezco, me la callo, porque habría mucho que decir sobre el particular y sería muy poca mi modestia si después de haber fastidiado tanto a mis lectores con la poquísima gracia de mi artículo,
me expusiera de nuevo
a hacer un mal retrato
del segundo Aprendiz de literato."


La forja de un periodista y escritor precoz
Portada de la obra "No siempre lo
bueno es bueno" de Luis de la Loma
Corradi.
El 8 de agosto del 1844 sale a la luz la revista El Polichinela, la primera aventura periodística que dirige Luis de la Loma, con tan sólo quince años, y que subtitula Semanario jocoso-serio de literatura, satírico, burlesco, y cien mil cosas más. Pero la vida de aquel semanario es efímera ya que deja de publicarse el 17 de noviembre del mismo año de su aparición. Aunque la imprenta en que se edita la publicación es propiedad del periodista sanluqueño, tal vez por no tener la edad legal para ser su editor responsable, Luis de la Loma se asocia con Carlos Martínez Navarro como podemos leer en el editorial de aquel semanario:
Madrid - Establecimiento Literario y Tipográfico de D. Luis de la Loma y Corradi y D. Carlos Martínez Navarro, calle de Padilla (antes del Burro), número 11, cuarto bajo, 1844.
Tras aquella aventura juvenil y después de pasar algunos años colaborando en diversos periódicos madrileños, Luis de la Loma, gracias a la gran influencia política de su tío Fernando, quien por entonces era embajador en Lisboa, ingresa en la Administración y es destinado a Valencia como contador de su Fábrica de Tabacos. Con Luis se traslada a tierras levantinas su hermano Blas, también nacido en Sanlúcar, quien con el tiempo llegaría a ser estimable poeta y editor de la Revista de Instrucción Pública. A Blas de la Loma, a quien los alicantinos consideran como poeta de aquella tierra, se debe el libro Juan, poema de aldea en cuarenta y un cuadros (3), que llegaría a gozar de una enorme popularidad.
Programa del estreno de la obra "No siempre lo
bueno es bueno" en el Teatro Principal de Valencia.
En 1853 Luis de la Loma y Corradi escribe la comedia en verso No siempre lo bueno es bueno (4), representada “con aplauso” en el teatro del Principe de Madrid la noche del 23 de febrero de aquel año. Esta misma obra sería estrenada en el Teatro Principal de Valencia, con gran éxito, en una sesión celebrada en 26 de septiembre de 1857 en la que también se representa la famosa zarzuela Marina de Emilio Arrieta.
La Opinión, antecesor del gran diario Las Provincias
Teniendo como colaborador a Mariano Carreras y González, Luis de la Loma funda en Valencia el diario La Opinión, subtitulado Diario político, literario y de intereses generales cuyo primer número sale a la luz el 15 de julio de 1860. El periódico se imprime en la imprenta que ambos socios poseían en la plaza de Ribot número 7, duplicado, figurando como editor responsable Lluis de L. y Corradi, nombre abreviado y traducido al valenciano. Entre de la Loma y Carreras crearon aquella publicación de carácter progresista que mostraba toda la radicalización de la juventud impetuosa de sus redactores: de la Loma contaba entonces treinta y un años y Carreras treinta y tres. Pero el ambiente político valenciano no era propicio al progresismo intransigente de aquellos jóvenes periodistas, lo que llevaría a una pronta asfixia económica del diario. Lo cierto es que el periódico languideció pronto, falto de lectores y de suscriptores. Como consecuencia de ello, el político y banquero valenciano José Campo (5) adquirió a Luis de la Loma y a Mariano Carreras la imprenta y la cabecera del periódico en febrero de 1861 para transformarlo en órgano conservador, al servicio de la política local y de los numerosos negocios privados de su nuevo propietario. El 31 de enero de 1866 La Opinión cambia su nombre por Las Provincias, naciendo un diario que habría de ser el eje de la vida periodística regional y que ha pervivido hasta nuestros días como el periódico decano y más influyente de la Comunidad Valenciana.
Los últimos años
Actual diario "Las Provincias" de Valencia
cuyo origen fue el periódico "La Opinión"
fundado por Luis de la Loma y Corradi.
Tras el fracaso de su periódico valenciano, Luis de la Loma regresó a Madrid como redactor de un diario también llamado La Opinión (1868), publicación monárquica y liberal de corta vida a la que sucedió La Opinión Nacional (1868-1871) de filiación monárquico-constitucional, diario en el que también colaboró el periodista sanluqueño antes de pasar a Londres donde funda la Gaceta Oficial Americana (1871). Unos años más tarde encontramos a de la Loma en Sevilla donde proyecta la obra Sevilla ilustrada histórica, religiosa, monumental, artística y literaria: usos, costumbres, tipos sociales, caracteres y trajes, agricultura, industria y comercio, política y administración, que habría de constar de cien entregas según vemos por el folleto informativo(6) de dicho proyecto del que desconocemos si pudo llegar a realizarse, y las condiciones de suscripción. En la capital andaluza escribe Las tres virtuosas o Los hombres pintados por una mujer: memorias de la condesa Lelia publicadas á ruego de su autora por Luis de Loma y Corradi (7), y dirige el bisemanario El Mundo Obrero que se publica de junio a septiembre de 1890. Al año siguiente fallece Luis de la Loma y Corradi a la edad de 62 años.

NOTAS:
    (1) El primer tomo de Los españoles pintados por si mismos fue publicado en Madrid en 1843 por el prestigioso editor Ignacio Boix quien tenía establecida su imprenta en la calle de Carretas número 8. Al año siguiente el mismo Boix editaría el segundo volumen. Con posterioridad se harían sucesivas ediciones de esta popular obra.

    (2) El capítulo El aprendiz de literato comprende las páginas 414 a 421 del primer tomo de Los españoles pintados por si mismos.

    (3) Imprenta de Antonio Reus, Alicante, 1877.
    (4) Esta obra de Luis de la Loma fue editada por la imprenta salmantina de A. de Angulo en 1872.
    (5) José Campo Pérez, editor, financiero, naviero y comerciante, sería ennoblecido por Alfonso XII con el título de Marqués de Campo por su contribución a la restauración de la monarquía. Fue alcalde de Valencia y senador vitalicio.
    (6) Establecimiento tipográfico de los Sres. Gironés y Orduña, Sevilla, 1882.
    (7) Librería de A. de San Martín Editor, Madrid, 1889.



José Carlos García Rodríguez

PUBLICADO EN LA REVISTA "CÍRCULO"
Nº 11  Invierno 2015-2016





ANTONIO LUCAS MORENO

EL GENIAL INTÉRPRETE DE LA OBRA DE TURINA



© José Carlos García Rodríguez


Antonio Lucas Moreno



José Manuel de Diego Rodríguez, a la sazón catedrático de Piano del Conservatorio Superior de Música de Sevilla, ingresaba como académico numerario de la Real Academia de Santa Isabel de Hungría el 29 de mayo de 1998. En aquel solemne acto de recepción en la prestigiosa institución sevillana, el recientemente fallecido músico sanluqueño pronuncia su brillante discurso titulado Antonio Lucas Moreno: recuerdo y semblanza de un gran pianista. Con su magistral exposición, de Diego rescataba la figura de aquel gran virtuoso del piano cuyos pormenores biográficos, aparte de en el reducido círculo musical de la ciudad, eran prácticamente desconocidos entre sus paisanos de Sanlúcar. Unos meses después de su ingreso como académico, José Manuel de Diego tuvo la deferencia de prologar mi obra Turina y Sanlúcar de Barrameda, editada conjuntamente por la Fundación El Monte y el Archivo Joaquín Turina con motivo del cincuenta aniversario de la muerte del compositor sevillano. Cuando el libro fue presentado la noche del 19 de noviembre de aquel año en el Patio de Columnas del Palacio Municipal, de Diego deleitó a los numerosos asistentes a aquel acto literario con una magistral interpretación de la sonata pintoreca Sanlúcar de Barrameda del maestro Turina.




He de confesar que la primera noticia que tuve sobre la excepcional categoría pianística de Lucas Moreno la encontré muy tardíamente en el libro Bengalas de Pedro Badanelli, el escritor y sacerdote sanluqueño famoso por su adscripción peronista, quien fundara en la República Argentina una iglesia nacional independiente de Roma. Badanelli escribía en aquella obra editada en 1928: “Quiero que en la primera página de este libro figure un nombre: el del insigne pianista Antonio Lucas Moreno”. Como para muchos sanluqueños, la personalidad de aquel pianista me era totalmente desconocida. En el discurso de recepción de José Manuel de Diego en la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría, editado con posterioridad por la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, y en las frecuentes y jugosas conversaciones que mantuve con él pude acercarme a la vida de Lucas Moreno y ser consciente de la gran altura interpretativa de nuestro primer biografiado en esta Galería de sanluqueños ilustres.

Programa del estreno en Madrid de la
sonata Sanlúcar de Barrameda interpretada
por Antonio Lucas Moreno.
En el aspecto musical, Sanlúcar dió a Turina en la figura del gran pianista Antonio Lucas Moreno uno de los mejores intérpretes de su música”, escribe José Manuel de Diego en el prólogo del ya citado libro Turina y Sanlúcar de Barrameda. “De Lucas Moreno, brillante concertista, tal como se refiere a él el propio Turina -continúa de Diego-, aún se recuerda, por su vital temperamento y colorido, las versiones que ofrecía de su música, traduciendo su belleza con toda la gracia y el encanto con que las dotara el compositor sevillano”.

Joaquín Turina, quien siempre quiso estrenar personalmente sus propias composiciones, confiaría a Antonio Lucas Moreno la primera interpretación en Madrid de la obra Sanlúcar de Barrameda, una deferencia que no era en absoluto habitual en el compositor. El estreno de la sonata pintoresca en la capital de España tiene lugar el día 26 de marzo de 1924, durante un concierto organizado por la delegación madrileña de la  Asociación de Cultura Musical en el Teatro de la Comedia, suponiendo para ambos artistas un rotundo éxito cuyos ecos llegan a Sanlúcar. Entre las numerosas enhorabuenas que reciben los dos artistas se encuentra, claro está,  la de José Colóm Matheos, el gran amigo sanluqueño de Turina en cuya casa el compositor y su familia pasarían muchos y muy felices veraneos. Lucas Moreno contestará desde Madrid a José Colóm, recordándole con emoción el momento en que, gracias a él, tuvo la oportunidad de conocer a don Joaquín. Aquel primer contacto con Turina al que se refiere el pianista sanluqueño tuvo lugar en Sevilla en la primavera de 1914. En el verano de aquel mismo año, en el patio de la casa de los Colóm de la calle Regina, en Sanlúcar, Joaquín Turina oye interpretar por vez primera a Lucas Moreno y queda impresionado por las excepcionales aptitudes de aquel aprendiz de pianista.

 
Lucas Moreno en un concierto celebrado en Córdoba en 1953.
Antonio Lucas Moreno Mosquera nació en Sanlúcar de Barrameda, en la calle Diego Benítez número 2, el día 28 de abril de 1900, siendo hijo del farmacéutico José Lucas Moreno y Pérez, y de Agustina Mosquera y Tercero, ambos naturales de Sanlúcar. 


De su precocidad nos ilustra la siguiente noticia aparecida en El Guadalete de fecha 12 de septiembre de 1903:

"En la noche del jueves y en la caseta del Casino, un niño de tres años, hijo del propietario y farmacéutico D. José Lucas Moreno, estuvo tocando en el piano la marcha real y dos o tres piezas pequeñas con notable ejecución. Teníamos noticias de la precocidad artística del pequeñuelo, pero no habíamos tenido ocasión de oírlo. A seguir por este camino, será un digno émulo de Pepito Arriola, el pequeño músico español, que es la admiración de Europa".

El pequeño Antonio inicia su formación artística con Rosalía Colóm, pianista sevillana establecida en Sanlúcar, quien se mostró como profesora idónea para dirigir sus estudios de piano. Obtenida la protección de la infanta Isabel de Borbón, la popular Chata de quien Turina escribiese a su muerte que fue la princesa más sabia en música, Lucas Moreno se traslada a la capital de España atendiendo la recomendación que Turina le hiciese al oirle en la casa sanluqueña de José Colóm. Con Pilar Fernández de la Mora, de quien el pianista de Sanlúcar diría que fue la persona que lo había hecho artista y a quien le debía todo, continúa sus estudios hasta 1918, obteniendo el primer premio del Conservatorio de Madrid. En 1920, gracias a una pensión que le es concedida por la Junta de Ampliación de Estudios, marcha a París donde pule su técnica y recibe lecciones y consejos de Alfred Cortot, quien le trasmitirá su afición por Wagner. En Francia permanecerá Lucas Moreno hasta 1924, teniendo la excepcional oportunidad de ser acogido como huésped, durante todo un mes, por el prestigioso Francis Planté, uno de los pianistas de moda por aquellos años junto a Anton Rubinstein.

Programa del estreno en Madrid de la
Rapsodia Sinfónica.
De vuelta en España, Lucas Moreno, como vimos, estrena en Madrid la sonata Sanlúcar de Barrameda, acreditándose desde ese mismo momento como un fundamental intérprete de la obra pianística de Joaquín Turina. En el verano de 1924 ofrece un concierto en San Sebastián al que asiste la Familia Real, obteniendo grandes éxitos al año siguiente en Cuba, Mexico y Florida. Pero aquella tournée americana se interrumpe cuando el pianista prepara su presentación en Nueva York. Con motivo del fallecimiento de su padre, Lucas Moreno ha de regresar a España con urgencia.

En 1929, a la muerte de Pilar Fernández de la Mora, quien tanto había influido en su formación artística, el músico sanluqueño accede por oposición a la Cátedra de Piano del Real Conservatorio de Música de Madrid cuya titular había sido su antigua profesora. Dos años más tarde, Joaquín Turina, de nuevo, distinguirá al pianista, a quien muestra su reconocimiento y gran aprecio dedicándole su Rapsodia Sinfónica, única obra que compuso para piano y orquesta. Aquella obra, escrita en 1931, es estrenada tres años después en la capital de España por Lucas Moreno, quien es acompañado por la Orquesta Clásica de Madrid.

Durante los duros años de guerra en que Madrid permanece asediada, Antonio Lucas Moreno, cesante en su cátedra por orden gubernativa, atraviesa una situación especialmente adversa. Acogido a la protección del cónsul británico sir John Milanés, en cuya residencia se celebraban reuniones musicales conocidas como Viernes de Milanés, el pianista sanluqueño coincide con Joaquín Turina y con otros artistas y destacados profesionales a los que también auxilia el benefactor diplomático. En una conferencia que pronuncia en el Instituto Británico de Madrid el 22 de junio de 1948, John Milanés se referirá a la razón de ser y a los asistentes de aquellas veladas organizadas en su casa durante los años de guerra:

Lucas Moreno con la familia Orleans-Borbón en el palacio de Sanlúcar.
Estimando que las circunstancias por las que atravesábamos eran especialmente adversas para las clases profesionales, mi mujer y yo procuramos que nuestra casa pudiera ofrecer un pequeño oasis a todos aquellos que, a causa de la dureza de la vida, no pudieron encontrar en su propio hogar una atmósfera propicia al descanso y expansión intelectuales. El núcleo principal de estas reuniones lo formaban Joaquín Turina, Conrado del Campo, Juanito Casaux, Julio Francés, José Gallardo, Emilio Morales Acevedo, Jacinto Higueras y su mujer Lola Palatín, Román Dombrasas y los señores de Tofield. Por lo tanto, en ellas había músicos, pintores, escritores, escultores, médicos y funcionarios. Pronto se nos unieron también José Padilla, Jesús Leoz, Enrique Aroca, Luis Antón, Pedro Meroño, Paco Cruz y su hermano, Paláu, Iglesias, Pepito Fernández, Lucas Moreno, Bordás, Baena y otros muchos que sería prolijo nombrar”.

Finalizada la contienda civil, Antonio Lucas Moreno recupera su cátedra en el Conservatorio de Madrid. A partir de entonces se dedicará casi de forma exclusiva a su labor didáctica a la vez que empieza a retirarse paulatinamente de las actividades concertísticas. En 1960, con un recital en Córdoba, Lucas Moreno da por finalizada esta etapa de su vida artística. Su fallecimiento, en circunstancias especialmente dramáticas, se produce en Madrid el 23 de febrero de 1973.

La noticia de la muerte de Antonio Lucas Moreno pasa prácticamente desapercibida para la mayoría de sus paisanos. Aunque su figura, alta y elegante, era vagamente familiar en Sanlúcar por haber sido huésped en el palacio de los Infantes de Orleans y Borbón durante muchos años, son pocos los que entre sus conciudadanos sabían de su virtuosismo, de sus grandes facultades como concertista y de la trascendencia nacional e internacional conseguida por el pianista a lo largo de su vida.


BIBLIOGRAFÍA:
DE DIEGO RODRÍGUEZ, José Manuel: Antonio Lucas Moreno. Recuerdo y semblanza de un gran pianista, Real Maestranza de Caballería de Sevilla, Sevilla, 1999.
GARCÍA RODRÍGUEZ, José Carlos: Turina y Sanlúcar de Barrameda, Fundación El Monte/Archivo Joaquín Turina, Madrid, 1999.


José Carlos García Rodríguez



PUBLICADO EN REVISTA CIRQULO
Nº 1  Marzo-Abril de 2014

FRANCISCO PACHECO

¿EL LEONARDO ESPAÑOL?


© José Carlos García Rodríguez



Francisco Pacheco del Río



La figura de Francisco Pacheco del Río (Sanlúcar de Barrameda, 1564-Sevilla, 1644), va mucho más allá de su mera consideración como maestro y suegro del gran Diego Velázquez. Aparte de por su estimable pintura y por sus excelentes dibujos y retratos, Pacheco es reconocido por sus teorías sobre el arte que influyeron en tantos pintores del barroco y por una polifacética dedicación a actividades artísticas que llegarían a que el filósofo Fermín de Urmeneta encontrase en el pintor sanluqueño nada menos que a un “genuino Leonardo español”.


La figura del pintor Francisco Pacheco, al que Palomino calificara de “filósofo, docto, erudito, modesto, poeta, escritor y maestro de Velázquez”(1), ha sido tradicionalmente minusvalorada y, a veces, criticada con severidad por algunos tratadistas como Stirling, Madrazo o Sentenach. Sin embargo, Menéndez y Pelayo, siempre poco amigo del elogio, le dedica una gran atención y dice de Pacheco “que su concepto de arte en nada difiere del de los maestros italianos”(2). Más recientemente, Jonathan Brown y Priscila E. Müller, estudiosos de la vida y la obra del pintor sanluqueño, han dejado fuera de cualquier duda la enorme importancia que tuvo Pacheco en el mundo intelectual sevillano de su tiempo y su gran influencia en la pintura española del barroco.

Cristo servido por los Ángeles.
Francisco Pacheco, cuyo criterio como teórico del arte debió de gozar de un gran crédito, pertenecía al grupo de los pintores-poetas -del que también formaban parte Juan de Jáuregui y Pablo de Céspedes- quienes, “aunque sin llegar a ser unos consumados maestros del pincel, no ignoraban en absoluto el cómo y el por qué de su pintura”(3). Este grupo de pintores eruditos del que Pacheco fue figura fundamental, parecía tener como fin último la vieja idea de la interrelación entre literatura y pintura y su intento era el de hacer realidad la simbiosis entre los dos grandes dominios estéticos proclamados por el humanismo de las academias pictóricas del siglo XVI.

El tratado pictórico El Arte de la Pintura de Francisco
Pacheco.
El carácter polifacético de las actividades artísticas de Francisco Pacheco llevó al filósofo Fermín de Urmeneta, en un documentado e interesante ensayo, a creer encontrar un claro paralelismo entre nuestro pintor y el genial Leonardo Da Vinci. De Pacheco dice Urmenta, no sin razón, que era “poeta, pintor, esteticista, filósofo, tratadista de arte y preceptista de sus elaboraciones, teorizador sobre los condicionamientos teológicos del arte sacro y educador en lo teórico y en la práctica de nutridas promociones de nuevos artistas”(4). Entre las conclusiones de Urmeneta al analizar las obras de los dos artistas dice que, sin duda, fueron muchas las homologías -por las actividades coincidentes que desarrollaron durante sus vidas- entre Leonardo y Pacheco: Pacheco, autor del famoso libro El Arte de la Pintura, se nos muestra, al igual que Da Vinci con su Tratado de la Pintura, como teorizador sobre el arte; ambos nos legaron unos brillantes ejemplos de su inspiración como retratistas y los dos fueron escritores de una cierta altura literaria que nos han dejado diseminados una enormidad de aforismos estético-filosóficos y filosófico-pedagógicos.

Aunque pudiera parecer excesiva la definición de “genuino Leonardo español” que Fermín de Urmeneta, en su trabajo, dedica a Francisco Pacheco, lo cierto es que la personalidad de éste, durante tanto tiempo relegada a figurar en los tratados de arte como maestro -que no es poco- y suegro del gran Diego Velázquez, contadísimas veces llegó a ser considerada en su justo valor por el indudable interés de su enorme producción pictórica.

Inmaculada en la iglesia de San
Lorenzo de Sevilla.
Menos olvidada ha sido la faceta de Pacheco como teórico de la pintura. Y, en verdad, que su importancia como tratadista de arte llega, si no a oscurecer, sí a superar su fundamental condición de pintor. Su libro, ya citado, El Arte de la Pintura, en el que expone sus ideas sobre la actividad artística a la que dedicó su vida, es considerado en la historia de la teoría artística española, según Menéndez y Pelayo, como “el código de los pintores andaluces”(5).

El conocimiento de la obra de Francisco Pacheco es básico para una comprensión más completa de la pintura barroca española. No podemos olvidar que su prolongada vida -murió a la edad de 80 años, en 1644- transcurre a través de una buena parte de los siglos XVI y XVII, tan importantes en la historia de la pintura en España. Como tampoco hemos de olvidar que su Academia sevillana, animado centro de reunión y tertulia de la intelectualidad hispalense, le permitió una relación muy estrecha y continuada con las figuras más sobresalientes de las letras y de las artes andaluzas.

BIOGRAFÍA

Considerado tradicionalmente como natural de Sevilla, sería Francisco Rodríguez Marín quien, en su monumental obra sobre Pedro Espinosa, aporta un dato biográfico fundamental de Francisco Pacheco. Se trataba de la partida de bautismo del pintor encontrada en el Libro VIII de Bautismos, folio 82, de la Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de La O de Sanlúcar, por la que se despejaban las dudas de su nacimiento en nuestra ciudad. En dicha partida de nacimiento leemos: En lunes tres días del mes de Noviembre de mil quinientos y sesenta y cuatro años baptize yo alº. hijo de Juª Pérez y Leonor del Río su legítima muger fueron padrinos Pedro de flores e su muger Isabel de Custodio vecinos de esta ciudad, fecho tu supra.- alº. Rºz. Más tarde, en 1923, Rodríguez Marín publica una estupenda y completa biografía de Pacheco titulada Francisco Pacheco, maestro de Velázquez, transcripción literal de la conferencia dada por el polígrafo y cervantista de Osuna el año anterior en la Sala de Velázquez del Museo del Prado de Madrid.

Santa Catalina (Museo del Prado)
Santa Inés (Museo del Prado)

Nada se sabe de la infancia de Francisco Pacheco en su Sanlúcar natal. Con toda probabilidad, según nos dice Sancho Corbacho, fue en 1580 cuando el futuro pintor se traslada a Sevilla con ánimo de buscar alguna protección de su tío de igual nombre, quien es canónigo de la Catedral hispalense. Junto a su tío se inicia la trayectoria artística de Francisco Pacheco al entrar de aprendiz en el taller de Luis Fernández, un pintor de sargas al aguazo que, al parecer, era menos estimado como artista que como maestro. Junto a Fernández entraría Pacheco en el círculo de literatos y pintores que frecuentaban la Academia fundada por Juan de Mal Lara y que, por entonces, regentaba el tío canónigo. La introducción de Francisco Pacheco en esta Academia, que años más tarde regentaría él mismo, tendría una influencia fundamental en su pensamiento, en su formación artística e intelectual y en su actitud ante la vida.

El 17 de enero de 1594 tiene lugar la boda de Francisco Pacheco con María del Páramo Miranda en la iglesia de San Vicente de Sevilla. En 1610 el pintor tiene la oportunidad de visitar Madrid, El Escorial y Toledo donde conoce directamente las obras de los pintores más cercanos a la Corte de los Austrias y se relaciona con El Greco, quien habría de influir en la obra posterior del artista sanluqueño.

Fray Luis de León. Del Libro de Descripción de
Verdaderos Retratos de Ilustres y Memorables
Varones
El contrato de aprendizaje por el que un joven Diego Velázquez, de 12 años, “queda puesto a depender del arte de la pintura con Francisco Paheco” se firma el 27 de septiembre de 1611. La vinculación de Velázquez a su maestro será perpetua al casarse con su hija Juana Pacheco del Páramo, en 1618, cuando el genio contaba con apenas 19 años de edad. Otros artistas tan representativos de la pintura española del siglo XVII, como Alonso Cano y Zurbarán también serían durante algún tiempo discípulos sobresalientes de Pacheco.

Desde que Francisco Pacheco inicia su actividad pictórica en 1585, empieza a gozar, en competencia con Juan de Roelas, de un gran prestigio en la ciudad de Sevilla, contando con una clientela creciente que le encarga obras para iglesias y casas nobles, permitiéndole disfrutar de una holgada situación económica. El prestigio del pintor sanluqueño se iría afianzando con el paso de los años hasta que a partir de 1625, según afirma Enrique Valdivieso, se inicia su declive al aparecer en la escena artística sevillana otros pintores más evolucionados a un nuevo estilo como Zurbarán o Herrera el Viejo.

Pacheco fallece en Sevilla en 1644, a la edad de 80 años, recibiendo sepultura el 27 de noviembre en la iglesia de San Miguel.

OBRA

La escuela barroca sevillana, muy influenciada por el carácter eminentemente religioso que denotan todos los aspectos de la vida española del momento, arranca de los pintores Francisco Pacheco del Río y Juan de Roelas (1560-1625), quienes llegan a definir la etapa de transición entre el manierismo y el naturalismo. Las primeras obras de Pacheco son copias de otros artistas en las que se refleja el influjo manierista que tanto llegó a alabar el pintor y que le acompañaría en toda su considerable producción artística.

Aunque valorado como mejor dibujante que pintor, la dedicación de Francisco Pacheco al estudio y explicación de su concepto de la pintura que plasma en el libro El Arte de la Pintura, tuvo una enorme influencia en el mundo artístico de su época. Sus magistrales dotes como dibujante y retratista quedan patentes en el Libro de Descripción de Verdaderos Retratos de Ilustres y Memorables Varones, cuyo original se conserva en el Museo Lázaro Galdiano de Madrid. Se trata de de una galería compuesta por sesenta y tres retratos de hombres ilustres que conformaban la vida intelectual sevillana de la Sevilla de Pacheco, ejecutados a lápiz y rojo sobre un fondo pardo a la aguada, con sus correspondientes elogios biográficos.

Sin duda, la formación de Pacheco en el manierismo de finales del siglo XVI, estilo que, como hemos apuntado, cultivaría a lo largo de su vida, se nos muestra en su pintura y en sus teorías sobre el arte. Es claro su apego, algo exagerado, a las normas establecidas que el pintor de Sanlúcar interpreta de una forma muy particular. Sin embargo, a lo largo de su extensa obra podemos observar una cierta superación de ese clasicismo hasta desembocar en un incipiente naturalismo barroco. De todas formas, con la muerte de Francisco Pacheco muere, en cierto modo, el ideal humanístico del arte.

José Carlos García Rodríguez


NOTAS:
  1. Antonio Palomino de Castro: El museo pictórico y escala óptica, tomo III, pp. 871-873.
  2. Historia de las ideas estéticas de España, tomo II, pp. 412-420.
  3. Julián Gállego: Visión y símbolos de la pintura española del Siglo de Oro, p. 19.
  4. Francisco Pacheco: glosas al genuino Leonardo Español.
  5. Historia de las ideas estéticas de España, tomo II, pp. 412-420.

BIBLIOGRAFÍA:
  • Asensio, José María de: Francisco Pacheco: sus obras artísticas y literarias, Sevilla, Imprenta de E. Rasco, 1886.
  • Barbadillo, Manuel: Pacheco, su tierra y su tiempo, Editorial Jerez Industrial, Jerez, 1863.
  • García Rodríguez, José Carlos: Francisco Pacheco, pintor, poeta y tratadista de arte, Los Cuatro Vientos, Los Palacios, 1990.
  • Urmeneta, Fermín de: Francisco Pacheco. Glosas al genuino Leonardo español, Archivo Hispalense, tomo XXIV, nº 75, Excma. Duiputación, Sevilla, 1956.
  • Valdivieso, Enrique: Francisco Pacheco, Caja San Fernando, Sevilla, 1990.



    PUBLICADO EN REVISTA CIRQULO
    Nº 8  Mayo-Junio de 2015

MARÍA JOSÉ GÓMEZ SANTIAGO

ESCULTORA Y RESTAURADORA

© José Carlos García Rodríguez



María José Gómez Santiago




No son pocas las calles y plazas sanluqueñas magnificadas con la sutileza artística de María José Gómez Santiago. Más resguardadas de la pública contemplación están sus obras hoy integradas en colecciones particulares y su importante producción religiosa que se venera en Sanlúcar y en otras muchas ciudades españolas. Y no menor es su catálogo de obras recuperadas gracias a una labor de restauración del patrimonio artístico sanluqueño, una actividad que María José practica magistralmente, junto a su marido, José Luis Marmolejo, como complemento a su fundamental condición de escultora de gran sensibilidad y de personalidad tan acusada.

Sanlúcar siempre ha estado muy presente en el quehacer artístico de María José Gómez Santiago. No en balde, eligió su ciudad de nacimiento para iniciar una actividad plástica, plena de sensibilidad, al terminar los estudios en la Escuela Superior de Bellas Artes de Sevilla en 1973. De esta forma mostraba la determinación de afianzar sus raíces en una Sanlúcar que, muy a menudo, ha sido motivo de inspiración para su obra.

Andalucía, representada en una mujer ataviada con mantón y con abanico en la mano, ha sido uno de los temas preferidos por María José Gómez Santiago para sus creaciones más estimadas. Es esta una particular visión de la genuidad andaluza que la escultora ha venido cultivando durante muchos años. Una representación pública de este estilo la encontramos en el monumento a Las Coplas, realizado en 1989 y ubicado en la plaza del mismo nombre. La escultura representa a una tonadillera -andalucismo femenino por los cuatro costados, como a María José le gusta- simbolizando esta expresión de la música popular y que es alegoría de un famoso programa de televisión realizado en Sanlúcar a manos del periodista e hijo adoptivo de la ciudad Carlos Herrera.

El autor del artículo (en el centro) junto a María José Gómez Santiago
y José Luis Marmolejo Hernández en el taller de los artistas.
Son muchos los enclaves urbanos de Sanlúcar donde podemos contemplar obras de Gómez Santiago. El monumento a José Martínez “Limeño” erigido en 1985 ante la plaza de toros de El Pino con motivo del veinticinco aniversario de la alternativa del diestro, nos muestra el semblante de tarde gloriosa de este famoso torero sanluqueño. Otro retrato de María José está dedicado al querido y recordado doctor Don Manuel López, levantado por suscripción popular en 1995 en el Paseo Marítimo como “homenaje y reconocimiento a tan benemérito médico de los pobres”. En la Barriada de El Palmar se puede admirar el grupo escultórico La Vendimia (1989), correspondiente al tiempo en que María José dirigió el módulo de diseño de la Escuela-Taller Tartessos. Y en la fachada del Centro Cultural La Victoria encontramos un bajorrelieve dedicado a Francisco de Goya (2001) que recuerda la hermosa temporada que el pintor aragonés vivió en la ciudad y cuya crónica gráfica, con sus apuntes costumbristas del ambiente sanluqueño se nos muestra en los llamados Cuadernos de Sanlúcar, pintados a finales del siglo XVIII y hoy repartidos entre el Museo del Prado y la Biblioteca Nacional.

Busto de Santa María de la Purísima de la Cruz
modelado por María José Gómez Santiago
para la Casa Madre de las Hermanas de la
Cruz en Sevilla



La viveza expresiva de los personajes ha sido una preocupación siempre presente en las obras de la artista sanluqueña. De hecho, los retratos realizados por María José nos hacen trascender los caracteres de los representados con una inusual nitidez -he aquí la constatación de encontrarnos ante una artista plástica de gran altura-, sea cual fuese el material utilizado. No debió ser tarea fácil para la escultora representar a fray Gonzalo de Córdoba para poder transmitirnos esa mezcla entre fuerte carácter y dulzura lírica de este fraile capuchino, el primero de una serie de retratos a los que la artista ha dedicado un especial cariño. Tampoco debió ser labor carente de complicaciones el hacer trascender la personalidad de la infanta Beatriz de Sajonia-Coburgo-Gotha en la preciosa escultura hoy ubicada en la Escalerilla de los Perros, en las inmediaciones de la antigua Casa de Maternidad que fundara la esposa de don Alfonso de Orleans Borbón. Más recientemente la escultora sanluqueña dejaría marcada su impronta en el busto de la Madre María de la Purísima modelado con ocasión de su beatificación en 2010 y cuya imagen nos expresa la bondad y el sosiego espiritual que fueron características de la personalidad de esta religiosa de la congregación de las Hermanas de la Cruz.
Muchacha con abanico.

La importante obra religiosa de María José Gómez Santiago es extensa y trascendente. Sirvan de muestras su serie de Milagrosas en piedra artificial que se veneran en conventos de Sanlúcar y Lebrija y en las localidades extremeñas de Jarandilla de la Vera, Coria y Cáceres; su Sor Ángela de la Cruz, hoy Santa Ángela, en Sanlúcar; Santa Catalina, en Sevilla; o la Virgen de Guadiana, en Jerez de los Caballeros. Y no podemos olvidar el precioso llamador del paso de la popular Virgen de la Caridad del taurino barrio sevillano de El Baratillo, diseñado y modelado por la artista de Sanlúcar, cuya presentación pública en el año 2002 significó todo un acontecimiento artístico en el mundillo cofrade hispalense que tuvo amplios ecos en la prensa de la capital andaluza. Con motivo de la conmemoración del centenario del colegio La Salle, María José realiza un proyecto escultórico dedicado a San Juan Bautista de La Salle, fundador de la Institución Lasaliana. Aprobada la propuesta de la escultora sanluqueña por la comisión constituida al efecto, el monumento, ubicado en la Plaza de San Francisco, sería inaugurado en el año 2005.

Monumento al Turismo.
A sugerencias del Patronato Municipal de Turismo, María José supo materializar la mejor de las alegorías sanluqueñas. La obra, una estatuilla en bronce que desde 1989 se otorga como Premio al Mérito Turístico, simboliza a la ciudad en una mujer -quizás diosa tartésica- que sostiene al sol entre sus brazos y cuyos cabellos delatan los vientos dominantes y tan benefactores de Poniente. Años más tarde esta escultura, reproducida a gran escala, serviría para coronar el monumento Al Turismo ubicado en la glorieta final del Paseo Marítimo.

María José y su marido, José Luis Marmolejo Hernández, han conformado un equipo de restauración artística que está considerado como entre los de mayor rigor técnico de Andalucía. José Luis, sevillano, catedrático emérito de Dibujo, contemplador de luces y paisajes, excelente poeta y magnífico pintor en cuyos cuadros se reflejan las influencias de sus admirados Monet y Sorolla, pertenece a una saga de varias generaciones de grandes artesanos en la que destaca sobremanera la figura de Fernando Marmolejo Camargo, padre de José Luis, cuya personalidad artística le ha erigido en indiscutible referente de la orfebrería sevillana de todos los tiempos.

Retablo mayor de la basílica de Ntra. Sra. de
la Caridad de Sanlúcar, restaurado bajo la
dirección de José Luis Marmolejo y María
José Gómez Santiago.
La inauguración del retablo mayor de la Basílica de Nuestra Señora de la Caridad, restaurado por un equipo dirigido por José Luis y María José, fundamentó el prestigio del taller de restauración que el matrimonio mantiene en su domicilio de la calle Trasbolsa. La recuperación de este conjunto pictórico y retablístico, llevada a cabo durante 12 años, fue merecedora del premio a la Conservación y Restauración de Bienes Muebles concedido por la Asociación para la Defensa del Patrimonio Histórico “Aula Gerión” en su edición de 2008. Antes de acometer esta magna obra, María José y José Luis ya habían intervenido en la restauración de una parte importante del patrimonio artístico (pinturas y esculturas) que se conserva en el convento de Capuchinos. Entre otras de sus actuaciones destacadas se encuentran la del Cristo de las Ánimas, una obra del siglo XVI que se encuentra en la capilla homónima de la Iglesia Mayor de Nuestra Señora de la O y el magnífico San Sebastián (siglo XVII) de la Parroquia de los Ángeles, esculturas que han recuperado su antiguo esplendor gracias a la aplicación de los estrictos criterios de restauración que son aplicados por María José y José Luis.

La obra escultórica de María José Gómez Santiago ha sido presentada en diversas exposiciones (Ateneo de Sanlúcar, 1987; Caja de Ahorros San Fernando, 1987; Fundación Alcalde Zoilo Ruiz-Mateos, 1993;...) y ha estado presente en diversas ediciones del Salón de Otoño de Sevilla. Entre los premios recibidos por la escultora sanluqueña se encuentran el de la Vendimia de Jerez (1973); el Accésit Fin de Curso de la Escuela Superior de Bellas Artes de Sevilla (1973) y el Premio Fundación Alcalde Zoilo Ruiz-Mateos (1993). Igualmente ha recibido menciones honoríficas de la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría de Sevilla y de la Real Academia de Bellas Artes de Cádiz, ambas en el año 1993.


José Carlos García Rodríguez



PUBLICADO EN REVISTA CIRQULO
Nº 5 - Noviembre-Diciembre de 2014